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| Tema: El Gobernador era pobre Vie Mayo 06, 2011 5:08 am | |
| El Gobernador era pobre
En los días en que Umar ibn al Jatttab radia Allah anhu, se le presentó un problema que le resultaba muy difícil de solucionar.
Después de pensarlo mucho, llamó a su amigo y compañero Sa’id bin Amir radia Allah anhu para una consulta.
Sa’id, dijo Omar, no sé qué hacer. La gente de Homs han venido a verme por quinta vez quejándose de su gobernador. He tratado siempre de complacerles nombrando para el puesto a hombres que yo consideraba muy competentes, pero al parecer, todos han fracasado por una u otra razón. Y ya no se me ocurre a nadie a quien encomendarle el puesto. Excepto, añadió, a quien tengo ahora mismo delante de mí. Por tanto, añadió Omar con una sonrisa, aquí mismo te nombro gobernador de Homs.
Sa’id se quedó de piedra. Sabía que la gente de Homs eran muy difíciles de complacer. Sa’id sentía que carecía de las cualidades necesarias para gobernar a la gente y, menos aún, a la gente de Homs. Movió la cabeza sintiéndose apenado, y dijo: Umar, por Allah te pido que no me pongas en semejante prueba. No podría asumir un puesto como ese.
¿Qué estás diciendo. Dijo Omar de repente, perdiendo la paciencia. Tú colaboraste en cargarme la responsabilidad del califato, y ahora te niegas a ayudarme a cumplir con esa responsabilidad? No lo voy a admitir Sa’id. Tienes que aceptar este puesto, lo quieras o no, te estoy dando una orden.
Sa’id no tenía más remedio que obedecer a Omar. Una vez que solucionó sus asuntos en Medinah fue a despedirse de Omar sintiéndose contrariado.
Bueno hermano, dijo Omar, ya apaciaguado, deja de sentirte angustiado. Estoy convencido de que con la ayuda de Allah, podrás hacer el trabajo a la perfección. Veámos ahora el último asunto. Decidamos tu salario.
Sa’id se quedó sorprendido. ¿Para qué necesito yo un salario? Con lo que recibo del tesoro público tengo de sobra.
Al oirle, Omar se rió. ¡Que Allah esté contigo Sa’id! Le dijo, y para demostrarle lo complacido que estaba le abrazó y acto seguido se despidió de él.
Y así Sa’id partió para Homs, y durante un tiempo Umar no volvió a oír de aquella parte del mundo queja alguna.
Omar se sentía aliviado. Por fin las cosas parecen ir bien gracias a Allah, se dijo a sí mismo, hice bien eligiendo a Sa’id.
Un día, visitó la casa de Omar una delegación de la gente del Homs, tal como era costumbre varias veces al año.
Omar les pidió noticias de su distrito y sus respuestas le dejaron complacido. Finalmente, Omar pidió que le mostraran la lista de los pobres y desamparados, para que recibieran ayudas del tesoro general. Se le entregó la lista a Omar, quien la examinó y frunció el ceño.
¿Quién es ese Sa’id bin Amir? ¿Es posible que haya dos personas con el mismo nombre? Les preguntó. Desde luego que no, repuso el delegado. Ese Sa’id bin Amir, es nuestro gobernador.
¿¿Y por qué escribís aquí su nombre?
Pero es que es un pobre, respetable hermano, respondió el delegado abriendo los brazos, es el más pobre de todos nosotros. Muchos días pasan sin que cocine comida en su casa, os lo garantizo.
Omar dejo caer la cabeza, y cuando volvió a levantarla los visitantes pudieron ver que su barba estaba mojada por las lágrimas.
Nos ocuparemos de eso, dijo Omar calmadamente, e invitó a la delegación a retirarse.
Cuando la delegación emprendió el regreso al día siguiente, llevaban consigo mil monedas de oro que el Califa enviaba a Sa’id ibn Amir, Gobernador de Homs.
Cuando llegaron a Homs, la delegación entregó con cariño y satisfacción a Sa’id el regalo dentro de una bolsa. Sa’id les dio las gracias cordialmente, pero cuando se fueron y descubrió lo que contenía la bolsa, palideció y la dejó caer como si contuviera una maldición. ¡¡De Allah venimos y a Él regresaremos!! Murmuró como lo hace uno frente a la muerte.
Su mujer alcanzó a oírle y se asustó ¿Qué ha pasado? Exclamó. ¿Quién ha muerto? ¿Ha muerto el Califa?
Peor aún, dijo Sa’id.
¿Aún peor que eso? ¿Qué podría ser peor que eso, querido esposo?
¿Qué dirías si algo viniera a arrastrarme lejos de la vida eterna? ¿Qué dirías si algo muy malo entra en nuestra casa? Pues deshazte de ello, exclamo su esposa. ¿Me ayudarás a hacerlo? Con mucho gusto querido esposo, respondió ella.
De esa forma, al cabo del día habían distribuido entre los pobres de las regiones de Homs las mil monedas de oro.
No mucho tiempo después de esto ocurrió que Omar, durante una de las visitas regulares a las provincias, se detuvo en Homs. Tan pronto como llegó, sus habitantes se reunieron alrededor de él y empezaron a quejarse de su gobernador. Omar estaba sorprendido y decepcionado de ellos.
¿Cómo esperáis que os crea esta vez? Les dijo. Os he cambiado de gobernador cinco veces seguidas y, recientemente, os he enviado al mejor hombre que tengo, un servidor del islam sincero y veraz, y aún os atrevéis a quejaros. Esta vez insistió en que Sa’id esté presente para defenderse de vuestros cargos, oh, gente desagradecida, lo equivocados que estáis.
Habiendo dicho esto, Omar se fue a donde residía. En su corazón se preguntaba de qué forma podía haber enojado Sa’id a la gente y no encontraba respuestas. Rezó a Allah para que la buen opinión y la confianza puesta en Sa’id no se vieran quebrantadas y siguiera recto en sus obligaciones.
Al día siguiente, todo el mundo incluido Sa’id, se congregaron el la casa de Omar.
Bien, dijo Omar con voz fuerte, que salga el primero que quiera exponer su queja contra el gobernador.
De entre la gente salió un hombre joven, fuerte y robusto. Oh jefe de los creyentes, comenzó: La verdad es que nuestro gobernador es perezoso. No sale de su casa hasta media mañana.
Y no sólo eso, interrumpió otro de la multitud, sino que algunos días no le vemos hasta tarde. Cualquiera sabe lo que hace todo el día en casa.
Omar volviéndose a Sa’id, le preguntó: ¿Cómo explicas esta conducta? Sa’id movió la cabeza, Alah es testigo de lo que voy a confesar es desagradable para mí. La verdad es que no tengo sirvientes que me ayuden. Así que por la mañana temprano ayudo a mi esposa preparando la masa del pan y he de cocerlo. Después hago mis abluciones y mi rezo. Entonces es cuando salgo a encontrarme con la gente. Pero como sólo tengo una muda de ropa, los días que tengo que lavarla y esperar a que se seque y a veces también remedarla salgo un poco más tarde de casa.
Desde luego nadie sospechaba que Sa’id no tuviera sirvientes ya que, un gobernador tenía que tener más de uno. Este hecho puso las acusaciones bajo una nueva luz, y la confianza que Omar tenía en su amigo quedó intacta.
¿Hay más quejas? Exclamó Omar.
Sí, yo tengo una, dijo refunfuñando un anciano. A nosotros, los ciudadanos más viejos, nos gusta reunirnos por las tardes y hablar del pasado, pero Sa’id aquí presente, es poco amistoso con esas reuniones y nunca se une con nosotros.
Omar se volvió a Sa’id esperando una explicación.
-Bueno, el caso es que prefiero estar adorando a Allah que perder el tiempo hablando de glorias pasadas, confesó Sa’id.
Omar sonrió abiertamente a Sa’id y se dirigió de nuevo a la multitud: ¿hay más quejas en contra de este hombre que es vuestro gobernador?
¡Sí, hay más, dijo un comerciante. Cuando viene a reunirse con nosotros, a menudo parece estar pensando en otras cosas, y una vez hasta se desmayó sin ningún motivo delante de nuestros propios ojos!
Al oír estas palabras, el rostro de Sa’id se estremeció y agachó por un momento la cabeza. Omar espero a que su amigo hablase.
Finalmente, Sa’id empezó a hablar en voz baja. –No siempre he sido musulmán, como ya sabéis. Hubo un tiempo en que era idólatra, y siempre me resulta terrible recordar aquel periodo de mi vida. El día que me desmayé estaba recordando cuando Jabaid ibn Ady estaba siendo torturado hasta morir. ¡Yo estaba presente, y vi como cortaron su cuerpo en pedazos y aún seguía vivo! (Al llegar aquí se cubrió los ojos con la mano y empezó a sollozar) No hice nada para impedirlo… me quedé allí mirando… y luego, le preguntaron si prefería que Muhammad sal-lâ Allah alehi wa salam estuviera en su lugar, él respondió: Eso nunca. Antes preferiría morir mil veces que permitir que una espina se clavase en el costado del Muhammad sal´lâ Allah alehi wa salam. ¡¡Ahh!! Cuando recuerdo que no levanté un dedo para ayudar a este buen hombre, siento que Allah no me perdonara nunca.
Un largo silencio siguió a esta confesión.
Omar emocionado por el relato y sintiéndose orgulloso de su amigo, exclamó: ¡Alabado sea Allah! Sa’id es verdaderamente un auténtico servidor de Allah, y mi confianza en él está justificada.
Poco después, Omar envió otras mil monedas de oro a Sa’id para aliviar su difícil situación. Cuando su mujer vio el dinero, se alegró, y exclamó, Alabado sea Allah. Ahora podremos tomar un sirviente para que nos ayude a hacer el trabajo de la casa y aún nos quedará para nosotros.
Querida esposa, dijo Sa’id acariciando con ternura la cabeza de su mujer, ¿quieres que te diga algo que sería mejor que eso?
¿Qué puede ser mejor que eso? Preguntó su mujer.
Le haremos un préstamo a Allah, dijo Sa’id, porque si le hacemos un préstamo a Allah, puedes estar segura de que volverá a nosotros multiplicado muchas veces.
Su mujer estuvo de acuerdo, y en nada de tiempo habían distribuido otra vez el dinero entre los más pobres y desfavorecidos de Homs*.
Esta era la naturaleza de los hombres que gobernaron los territorios del Islam en los primeros tiempos.
Jurram Murad y M. Salim Kayani Que Allah esté complacido con todos.
* Homs = En Siria. (*) radia Allah anhum .
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